Todo a un euro

(Las invasiones bárbaras 01)

Nando-en-madrid

En uno de mis tradicionales camuflajes laborales, como guía de grupos alemanes de visita en España (véase “mamporrero cultural” en el diccionario de lo que Bruselas quiere que seamos los españoles), tengo el encargo de enseñar nuestras Españas, término en boga allá por los tiempos de Alfonso VI de Castilla y León. No es nuevo para mí, pero sí la nueva modalidad de viaje. Voy de guía, como habitualmente cuando por ello me contratan. Claro que los grupos de los que me tengo que hacer cargo en esta ocasión nunca debieron salir de casa.

Me explico. Compraron su viaje por las Españas en el Lidl alemán. Ya lo saben, ese supermercado donde usted tiene que sacar los productos de los envoltorios y todo parece más barato. Una semana de vacaciones en estas Españas les sale por literalmente cuatro duros, o menos que quedarse en su casa. De resultas, alguno de los clientes lleva el cinturón atado con una guita y la misma camiseta desde el primer día. A esto, los políticos demagogos, lo llaman socialización del bienestar. ¿Bienestar? ¡Y una p… como una o…! (permítaseme el exabrupto). Porque si bienestar es llevar alemanas setentañeras, medio inválidas, hacinadas en un autocar, cincuenta por viaje, cual borregos balándole al matarife, por las calles empedradas de las Españas, levantarlas a las siete de la mañana a desayunar, meterlas en hoteles a veinte kilómetros de las ciudades, alejados del mundo, junto a veinte autocares más, darles de cenar un bufé que no se lo daría usted ni a los perros, hacer que se peleen por el desayuno porque solo funciona una máquina del café…

Televisor-analógico

¡Ah, esos hoteles construidos durante el boom de este país solo para albergar turistas! Podría hablar y no parar y me basta con adjuntar el televisor de mi habitación. Un televisor analógico, que yo creía que ya no funcionaban, pero funciona y tiene la pantalla curva, que ya casi lo había yo eso olvidado.

Ah, esto no es bienestar y mucho menos socialización. Esas abuelas alemanas del Lidl tienen que quedarse en su casa y no venir aquí a pasar penas por muy baratas que sean las penas. Es cierto, a mí al final de la semana me pagan, y yo a ellos los veo contentos, felices, hablando bien de la comida, los monumentos, el vino peleón y la sopa de zapato que les han puesto. Pero, las consecuencias de todo esto son terribles. Lo que les ofrecen allí a visitar es un país en demolición en el que les resulta más barato, avión incluido, la estancia hotelera y la visita guiada que estar en casa. Un ejemplo de hasta donde hemos llegado: una pareja que no era de mi grupo, al ver que les hablaba en alemán a los míos, me preguntó que si les podía ayudar porque tenía un problema con unos tickets que compraron online en Alemania y que ahora, aquí, resultaba que no encajaban con la reserva original. Venía un teléfono en español en su reserva y llamé desde mi móvil para ver si les podía ayudar, no pude hacer mucho por ellos, pero al menos les aconsejé qué hacer y reclamar luego en Alemania. ¿Cree usted que me dieron las gracias? No, lo que quisieron darme es propina. Propina por ser amable. Propina porque en Alemania creen que aquí estamos pagados por la señora Merkel y, en consecuencia, si nos pagan tienen derecho a todo. Ni siquiera tienen ya en la cabeza que un ibérico les pueda ayudar en una minucia, un minuto, sin darle, al pobre, un euro (eso me querían dar) para que se compre un cacho pan. Son las invasiones bárbaras.

3 pensamientos en “Todo a un euro

  1. Pues, que te digo, compañero, estoy a punto de escribir también sobre mis experiencias, pero estoy tan exprimida que no saco fuerza, además dirán que lo vivido es ciencia ficción. Los míos levantan cercos marianos para salvarnos de la invasión – no barbara, sino – musulmana.

  2. Estimado consanguineo, la otra tarde, por motivosbde trabajo, nos entro una llamada donde dos extranjeros de habla rara pedían auxilio en una calle de la ciudad. Como puedes imaginar ese tipo de llamadas voy yo a atenderlas.
    Me encontré con una pareja de abueliros con pantalón atado con guita y ella con traje de flores llamativo que suparaban ampliamente 150 años entre los dos.
    Alemanes.
    Habiendo perdido su atocaravana, no recordaban donde la habia estacionado. Más por la edad que por la complejidad de la ciudad.
    Recorrida media córdoba con longos abuelos en el coche patrulla, dimos caza a su atocaravana.
    Los abuelos envueltos en lágrimas no paraban de abrazarme e intentar obligarme a ser invitado en la atocaravana A BEBERME UN VASO DE VINO DE UN TETABRIK DE FINO ELECTRICO QUE LLEVABAN.
    Sorprendidos cuando do les dije que de servicio no bebía se marcharon con lágrimas en los ojos después de haberme dejado la dirección de su casa en Alemania.
    Al hilo, para la Merkel en España se agradecen los servicios con un euro o un buen vaso de vino.

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